Aquí vivió la poesía: Poetas chilenos puertas adentro

19 | 01 | 2022

El monopolio es nerudiano. Las casas del autor de Canto General eclipsaron cualquier otra residencia de un poeta o novelista chileno del siglo XX. Con la Sebastiana en Valparaíso, La Chascona a los pies del Cerro San Cristóbal y la casa favorita del Nobel frente al mar de Isla Negra pareció que ningún otro escritor habitó en ninguna parte. Pero ahí está Enrique Lihn en su casa altillo en General Salvo, Nicanor Parra recibiendo jóvenes promesas en Álvaro Cassanova, Rodrigo Lira en sus últimas horas en la tina del departamento en Avenida Grecia y Claudio Bertoni perdido y encontrado en Horcón.

Golpea y Lihn tira la cuerda
German Marín dice que un día vio colgando en una liebre a Enrique Lihn. Apoyado en la pisadera del vehículo en marcha el poeta leía un libro de Hegel. La imagen parece irreal, pero fue real. No era raro ver a Lihn en distintas partes de Santiago. Primero porque vivió en muchas casas y segundo porque era un caminante. Así lo retrata el cronista Roberto Merino en su ensayo biográfico titulado Lihn, a secas. El Paseo Ahumada, el Parque Forestal y la avenida Pedro de Valdivia fueron algunos de los escenarios preferidos del autor de La pieza oscura para sus caminatas con amigos o solo. Le gustaban las quintas de recreo de La Cisterna o tomar una micro y bajarse en cualquier parte con Guadalupe Santa Cruz para entrar a un boliche e imaginar las biografías de los parroquianos del lugar. Lihn vivió en la casa paterna de Marcel Duhaut en Las Condes, Linh vivió y creció en el Barrio Lastarria entre las calles Rosal y Villavicencia, Lihn vivió en Vicuña Mackenna, en un departamento en Pedro de Valdivia cerca de Bustos, Lihn vivió en calle Passy en el límite de Ñuñoa y Providencia, que sería la última morada de una vida itinerante que terminó el 10 de julio de 1988. Pero de las muchas casas de Lihn, está el altillo que arrendaba sobre una casa en la calle General Salvo en Providencia. Recuerda el escritor Roberto Brodsky en un prólogo a la novela El juguete rabioso de Roberto Arlt que fue precisamente en esa casa donde nació su idea de prologar a Arlt. Hay, recuerda Brodsky, hasta un video perdido donde el poeta Rodrigo Lira recita sentado en una silla de mimbre con respaldo de reina asiática en la que Lihn solía hacer rotar a sus invitados para leer o declamar poemas, siempre en su estética de juglar. En esa casa los escritores jóvenes solían sentirse "completamente geniales y eternos", apunta Brodsky con melancolía y recuerda que la noche fue acompañada por unas sencillas vienesas servidas por el dueño de casa. Mauricio Electorat, novelista y poeta, recuerda que ese departamento "era como una buhardilla, chiquitito, medio circular, muy sencillo, pocos muebles y muchos libros. Y Enrique Lihn siempre fue muy cálido ahí y en todas sus casas. Muy dialogante con los jóvenes. Y aunque en esa época ya era un poeta venerado, te hacía sentir como su igual". Otro autor chileno que conoció bien esa casa fue el poeta Oscar Hahn. "Trabajaba como si tuviera las horas contadas", dijo de Lihn al recordar cuando lo visitaba en sus distintas casas. Y el azar quiso que Hahn fuera testigo de un episodio desopilante y casi criminal que ocurrió en la escalera de ese altillo en General Salvo. En 1982 sonó el teléfono y Lihn le dijo que no contestara que era el ex marido de una periodista joven con la que él salía y que estaba molestando hacía días. En su ensayo biográfico, Merino detalla que se trataba de José Luis Oportot ex marido de Claudia Donoso, quien estaba en un romance con Lihn, con quien tenía hartos años de diferencia. El libro revela además que el despechado Oportot había agredido a Linh en la entrada de ese departamento. Sin conocer esos detalles Hahn se decidió a contestar uno de los llamados y decir que ahí ya no vivía Lihn. Al rato sonó el timbre y Lihn accionó el cordel que abría la puerta de calle que daba acceso al departamento. Lihn se paró en lo alto esperando saber quién era. De pronto se oyen dos balazos y Hahn sale corriendo a ver. Ve a Lihn tirado y le pregunta si está bien a la vez que baja para cerrar la puerta que daba a la calle, pensando que el agresor estaba agazapado en algún lugar de la calle. Al rato Lihn le dice: o tenía muy mala puntería o las balas eran de fogueo. Al constatar los dos poetas que no había rastro de sangre ni de balas por el departamento concluyeron que eran de fogueo y que el plan de Oportot era matar de un ataque al corazón a Linh por el susto, pues había sufrido un infarto meses atrás. Pero a Lihn lo mató el cáncer dos años después.

Grecia 907: 32 años después
Fue el 26 de diciembre de 1981 a las 11 horas. La misma hora de su nacimiento, pero 32 años después. Rodrigo Lira, apodado por Roberto Bolaño como "El último poeta de Chile", llenó la tina del baño, se metió y se cortó las venas de ambos brazos. Ese día después de Navidad nació el mito del Lira Maldito. Y el escenario de esa fundación fue el departamento número 22 de Grecia 907. Grecia 907, 1975 es el título además de un poema de Lira que vocifera la desesperación contra la dictadura y las represión. "Derrepente/ no voy aguantar mas y emitiré un alarido/ un alarido largo de varias horas", parte el poema que advierte que su alarido despertará un volcán en el Cerro San Cristóbal. El periodista Roberto Careaga se sumergió durante siete años en la vida Lira para escribir la biografía La poesía terminó conmigo y el enigma sigue vivo. El recién fallecido crítico Juan Manuel Vial se preguntó alguna vez quién fue Lira: ¿Un lunático, un provocador, un showman, un poeta, un iluminado, un payaso, un acosador, un solitario, un esquizofrénico, un bromista, un patético, un diletante, un genio ignorado, un escandaloso, un flojonazo, un marihuanero irredento o, simplemente, otro hijito de mamá? Nadie tiene la respuesta que quedó inconclusa en la tina de Grecia 907. Lo cierto es que Lira convivió con esquizofrenia, los electroshocks y un historial médico que lo acercó paso a paso a esa tina de ese barrio de clase media cerca de la Villa Olímpica. El departamento lo pagaban los padres de Lira, puesto que el poeta nunca pudo encausar su vida hacia una "normalidad" que le permitiera una independencia económica. Prueba de esa desesperación eran las fotocopias que solía vender o repartir con poemas de su autoría como Angustioso caso de soltería y Ela, Elle, Ella, She, Lei, Sie; hoy, piezas de museo. En el balcón de su departamento Lira sembraba flores y otras veces fumaba marihuana escuchando los sonidos nocturnos de la dictadura, alejándose cada vez más de su origen acomodado. Careaga apunta en su biografía que Rodrigo Lira fue compañero de curso de Sebastián Piñera en el Colegio Verbo Divino y desfiló en 1965 en la Parada Militar ante el presidente Frei Montalva. Fue el psiquiatra Otto Dörr quien le declaró su esquizofrenia. Raúl Zurita dijo que "construyó una obra desde lo desechos de su vida". Y harta razón tenía el autor de Purgatorio. Uno de esos momentos fue el paso de Lira por Cuánto vale el show dos meses antes de terminar con su vida. Fue vestido con un sombrero de guerrero japonés que había traído Violeta Parra de uno de sus viajes de Europa y que llegó a sus manos por el psiquiatra Arístides Rojas. Con evidente sobrepeso recitó versos de Otelo de Shakespeare exagerando su papel y blandiendo un sable como sólo lo haría el peor actor del mundo. Por su paso obtuvo $8.700 con los que se compró una bicicleta en un año en el que Chile enfrentaba la peor crisis económica desde 1930. El 25 de diciembre de 1982 fue el último día que Lira vio los jardines cercanos a su departamento. Para él ya no había escapatoria. El día de su funeral, Nicanor Parra dijo que la poesía de Lira sería redescubierta. Hasta su muerte, precisa Careaga en su biografía, la lírica del poeta esquizofrénico era muy menor frente a sus performance en vivo, su histrionismo muy inspirado en Enrique Lihn y su humor negro en recitales poéticos. Pasaron muchos años y el poeta de Avenida Grecia acumuló elogios de Parra, de Lihn , de Zurita y de muchos más. La espera a la llegada de sus obras completas engrandeció el mito del poeta maldito que se suicida en la tina en plena dictadura. Hay veces, todavía, que alguna botella de cerveza amanece con flores en el frontis de su edificio justo al otro día de Navidad.

La austeridad espartana de Bertoni
Claudio Bertoni, poeta del eros y de lo cotidiano vive en las antípodas de la grandilocuencia coleccionista de Neruda. Si en la casas nerudiana hay mascarones de proas, licores añejados por décadas y caracolas de los mares de China en las dos piezas que componen las habitaciones de Bertoni hay cajas de Té Club, rumas de papeles, carpetas, repisas desvencijadas, chalecos tirados y desorden. Y libros. Una botella de vino abierta, una juguera junto a más papeles. Lujo cero. Mientras Neruda soñaba con encontrar el trozo de madera de un barco que naufragó en otros mares, Bertoni fue acumulando zapatos y otras rarezas que arrojaba el mar en el balneario que queda a 20 minutos de Viña del Mar. En esa espartana austeridad vive desde 1976. Su casa de Concón es el sitio que oficiaba de suerte de bodega de la propiedad de su padre. Él la refaccionó para tener cocina, baño y dormitorio. "Morir no sería tan malo si todo pasar en la casa/ y con los de la casa/ si uno tuviera la suerte de tener una casa", escribe Bertoni en el poema Hogar dulce hogar en el libro Harakiri.
Su casa en Concón representa además su juvenil aspiración de los años 70 con la Tribu No, junto a la artista Cecilia Vicuña, quien fue su pareja. Inspirados en la figura de Henry Miller abogaban por el no trabajo. Por esa consigna tituló El cansador intrabajable a su primer libro. En 2002 recordó que la idea era "cualquier hueá menos trabajar". Y aunque dice que comprendió rápidamente que "ganarse la vida es perderla", su producción lo contradice: Bertoni suma 20 libros, exposiciones fotográficas, 700 cuadernos y 800 casetes grabados. En 75 años ha trabajado y mucho. Hablando de su casa le dijo al diario El País de España en 2017: "Los momentos más maravillosos de mi vida los he pasado acá, sin hacer nada. Sin leer siquiera". Bertoni, de quien se ha dicho es heredero del tono anticrepuscular de Parra, vivió antes de recalar en Concón en Ñuñoa, donde callejeaba con sus amigos. Luego en Providencia, comuna que odió y donde se encerró sin amigos y descubrió la lectura partiendo por las Analectas de Confucio, el compilado de dichos y acciones del filósofo chino. Estuvo de intercambio en Denver, terruños del poeta beat Allen Ginsberg, que marcó su prosa lírica. Antes del Golpe vivió en Londres junto a Cecilia Vicuña donde robaban leche y comían pan duro. Fue su época más pobre y dolorosa, pues Cecilia Vicuña lo dejó por un gringo. Intentó aplacar el despecho en Francia junto a Brigitte. Eso hasta 1976 cuando regreso a Chile y se instaló para siempre en su casa de Concón, de la que hay varios documentales en YouTube. La pandemia lo obligó a replegarse en su "casuchita" como la llama. Bertoni es hipocondríaco asumido y hoy sale a dar paseos cortos por Concón con las precauciones máximas. Por miedo al bicho ya no recibe a nadie en su casa. Todo es virtual. Su último poemario se titula Cero y reflexiona sobre la muerte y el miedo, temas recurrentes de su obra. En una entrevista de hace unos meses con La Tercera dijo: "Mi paranoia es tener un accidente cerebrovascular y quedar convertido en vegetal, porque no te puedes matar. Es horroroso, es lo que le pasó a Cerati. Es estar en un mundo de mierda que no sabes qué pasa".Por el momento su mundo sigue siendo su casa minúscula en Concón, donde antes de acostarse deja su ropa en una silla plástica.

La Casa de Dios
Aunque la referencia patrimonial es su casa de Las Cruces donde descansan sus restos, la residencia de Nicanor Parra en La Reina reúne hitos y momentos del antipoeta que podrían superar el mito de su morada en el Litoral de los Poetas. Primero porque Parra murió en la parte alta de Santiago a los 103 años el 23 de enero de 2018. Segundo porque fue en esa casa donde vio por última vez a su hermana Violeta en 1967, un día antes de que la cantautora consumara su suicidio. Y tercero porque en ese inmueble desde donde declamó "¡Viva la Cordillera de los Andes! / ¡Muera la Cordillera de la Costa!, craneó sus célebres Artefactos.
Julia Berstein 272-D, La Reina. Desde arriba se ve Santiago y se respira aire puro entre las zarzamoras y bambúes del terreno que compró en 1958 con su buen ojo comercial. En total el hombre que con su montaña rusa destruyó el mundo poético del tonto solemne tuvo cuatro moradas: La Reina, Las Cruces, Huechuraba e Isla Negra. Y no eran imaginarias.
En La Reina vivió 30 años. Tres décadas en la casa D que solía llamar La casa de Dios, donde críó a sus hijos y creó sus artefactos en bandejas de comida desechable. Antes de instalarse en ese terreno de escaleras de piedra y donde descubrió un jardín japonés cortando maleza, Nicanor fue vecino del barrio. Vivió en Larraín 6006 y en Paula Jaraquemada 115. Cuando se instala en la casa D, cuatro años después de publicar su libro fundacional Poemas y antipoemas, la Reina Alta es un lugar ni al que los taxistas suben. El mayor del clan Parra se las arregla para ir y volver en su Volkswagen escarabajo en los 60, cuando la casa era resguardada por sus perros Capitán y Violín. Allí se quedó un par de semanas el poeta beat Allen Ginsberg cuando vino a Chile y no tenía plata para volver a Estados Unidos. En su apogeo disfrutaron la casa los jóvenes Enrique Lihn, Oscar Hahn, Antonio Skármeta, César Cuadra, Jorge Teillier, Raúl Zurita, Elvira Hernández, entre muchos más escritores y poetas. Su hermano Roberto, autor de La Negra Ester le hacía "peguitas" en el jardín. El 4 de febrero de 1967 Nicanor vio por entre las cortinas cosidas con retazos de telas por su mamá Clara Sandoval que venía entrando su hermana Violeta. Le cantó Un domingo en el cielo o le dijo que se la iba a cantar. Después la voz de Gracias a la vida se fue bajando el cerro rumbo a La Cañada, en la misma comuna, donde tenía su carpa-casa. Al día siguiente se disparó y le dejó una carta de despedida salpicada con su sangre. En 1972 se refugió en la creación de sus artefactos cuando recibía espolonazos políticos a diestra y siniestra por su té en la Casa Blanca con la señora de Nixon. "La izquierda y la derecha unidas/jamás serán vencidas", decía una de las piezas que creó en La Reina. Su vocación humorística lo llevó a tener una figura de cartón de Don Francisco que sostenía un antipoema. . Con los años la cabaña se fue ampliando. Se construyó una casa aledaña para invitados que apodó La Capilla y una construcción de dos pisos donde tenía su biblioteca que llamaba La Pagoda. Parra eligió morir en su casa de La Reina a la que regresó con el afán de reparar los años de abandono que tenía la vivienda, que se había percatado en una visita desde Las Cruces en 2017. Pero no tuvo tiempo suficiente. Cuando decidió regresar en 2018 alcanzó a vivir 5 días más. El deterioro de La casa de Dios era grande, hasta un grupo de okupas había tomado la vivienda algún tiempo.En 2019 la Escuela de Arquitectura de la UC levantó un taller para hacer los planos e inventarios de todas las casas de Parra. En La Reina aún está la escalera de piedra que él llamaba "de la amistad". Fue la única casa que comenzó de cero, la casa hecha a su pinta y que aún conserva las puertas y ventanas que compró en demoliciones. El asma y la alergia lo convencieron que quizá era mejor irse cerca del litoral y así fue que bajó en su escarabajo de la cordillera al mar. A la calle Lincoln en Las Cruces, donde lo enterraron con uno de sus célebres chistes en el ataúd: Voy y vuelvo.


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